La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

Alcance de Nombres, Distancia Inmediata julio 1, 2009


El siglo V a.C y Parménides nos narra cómo fue raptado por las Helíades y llevado en un carro tirado por veloces yeguas ante una diosa benévola que le revela la vía de la verdad, que se traduce en que “el uno, que es el ser es y el no-ser no es”, lo otro, lo que hay entremedio, el trayecto, no es más que la vía de la opinión. Movimiento, pluralidad, temporalidad “no son más que nombres instituidos por los hombres en su credulidad”; la vía de la opinión, la doxa, es “un estrecho sendero, en el que nada iluminará tus pasos” y del que Parménides fue salvado por estas deidades que lo llevaron un viaje que no implica recorrido, pero que resitúa la manera de entender el mundo, donde el cambio no es posible y en que el tránsito no es más que un aparente movimiento de hombres bicéfalos. Los parámetros que funda esta lógica del ser es, y el no-ser no es, no consideran tiempo y espacio, antes y después, y lo que Parménides en algún momento pensó -la ficción que representa el develamiento de la verdad, el camino que traza su poema- es el ropaje del que él mismo se desprende para que la verdad se alce inmutable entre opiniones perecederas. La velocidad del carro que lo transportó, arrasó con la falsedad de su vida, todo se vuelve analítico en el momento que lo pensado no puede ser otra cosa que el ser.

Zenón, su amigo y discípulo, se une a este análisis -se dice que viajaron juntos a Atenas alrededor del año 450 a.C.-, pero los hechos no son más que anécdotas que la historia guarda como enunciados que contradicen sus ideas. De ser por su pensamiento, Parménides y Zenón nunca salieron de Elea, sus cuerpos trascurrieron imperceptibles a categorías de delimitación, los lugares que habitaron eran ajenos a toda medida. La mentira de la geografía, la ilusión del viaje y el subentendido de una ciudad se conceptualizan en un mundo que recién había dado el paso del mito al logos, en que la inteligibilidad de los procesos naturales era un experimento que recién comenzaba y los postulados de la física todavía no descendían de ese lugar que sería llamado mundo de las ideas. La filosofía podía darse el lujo de plantear aporías sin ser refutada por datos científicos, la maquinación que daba forma al universo era el pensamiento.

En este contexto, Zenón nos platea una carrera entre una tortuga, uno de los animales más lentos y Aquiles, el más veloz de los griegos, en que el de los pies ligeros le da al quelonio una ventaja que nunca podrá superar. Es que según la concepción que defendía Zenón, la distancia entre ellos no es más que una abstracción que la experiencia inmediata concibe en la vía de la opinión, vía que se contrapone a la verdad y en la que nadie que reconozca la inmutabilidad del ser puede transitar de manera auténtica. La paradoja es, entonces, el lugar donde conceptos y acontecimientos se eclipsan en pos de una razón que puede explicar el sustrato del engaño que la misma mente produce. La ventaja que nos da la experiencia es un retroceso si se trata de entender el verdadero recorrido, que es siempre el mismo punto que nos lleva al mismo punto; el trayecto no existe, el ser es inmóvil e inmutable y de esta concepción no podemos salir sin caer en un devenir que es un río que nunca coincide con si mismo, una corriente que en su velocidad evapora toda posibilidad de presente.

Pero la idea de este texto es dar con el lugar donde se cruzan los dos viajeros camino a Atenas, el carro que conducen las Helíades ya sin Parménides y la Tortuga con su Aquiles que la persigue. Si el ejercicio de la razón viene a contradecir la posibilidad de la distancia, el encuentro es inminente. La paradoja textual es que podemos llevar la contra a lo que ocurre, al mismo tiempo que seguimos al pie de la letra lo que Parménides describe como su rapto hacia la verdad y lo que Zenón propone como la imposibilidad del movimiento. El poema de Parménides y las paradojas de Zenón desplazan la realidad a ese lugar donde la historia y la narración son un palíndromo en que ‘reconocer’ no implica un distingo, sino la simbiosis entre momentos sucesivos y momentos concéntricos. La aspiración a anacronía de los eleatas les da a sus postulados una dimensión que escapa a lo que nosotros estamos acostumbrados a medir. El cronómetro habría logrado dilucidar el quid de la paradoja, pero no lograría desentrañar la cosmología que escondía esa representación. En un mundo en que la velocidad era determinada a paso de semidiós y en que los indicadores del presente se debatían en una concepción de mundo que dependía de la capacidad argumentativa, la vía de la verdad es un camino en que las metáforas transportan una visión de realidad en que el espejismo no es sólo lo que se ve a distancia, sino la creencia de que vamos dejando algo atrás.

Veintiséis siglos después, la ciencia no ha superado las paradojas de Zenón; de hecho en la teoría cuántica existe lo que se llama el efecto Zenón para definir el fenómeno que ocurre cuando las partículas alteran su comportamiento por la constante medición que realiza el observador. Si en un principio fueron los presocráticos en su afán por buscar la razón que está tras lo que percibimos, los que dieron inicio al pensamiento científico, en este momento, el desarrollo científico lleva a pensar que la realidad de los fenómenos que percibimos es tan aporética como la realidad de los acontecimientos que imaginamos.

Las salidas, los poros, que nuestras opiniones atraviesan no contradicen el sentido común, sino que deambulan a una velocidad en que no pueden siquiera ocupar el cuerpo que en un principio integran o que al final abandonan. Están vertidas en lo que Paul Virilio llama la estética de la desaparición, y el trayecto entre esos puntos no tiene personaje de ficción que los recorra; la paradoja se da ahora no porque el tiempo y el espacio estén dislocados en sincronía, sino porque ninguno de los puntos del recorrido se presta para la detención, la inmediatez logra que el cronómetro abarque la totalidad del fenómeno dejando a los contrincantes como simples dispositivos de una realidad sin metafísica.

ParmenidesEn este contexto sólo la reducción al absurdo puede salvarnos. Si la física cuántica viene a poner en duda nuestro lugar en el espacio, si los hechos han sido secuestrados por velocidad que los plasma en un ahora siempre esquivo y si el pensar de Parménides y Zenón nunca emprendió ese viaje que la historia se empeña en reproducir, quizás sea el momento de tomar en cuanta Lo que la Tortuga dijo a Aquiles, esa ficción en que Lewis Carroll pone en juego los elementos básicos de la lógica formal en la boca de nuestros, a estas alturas, queridos personajes de la paradoja de Zenón o ese sabiondo como lo llama la Tortuga. El asunto es que somos todos lectores de segundo tipo que no nos conformamos con deducciones lógicas, necesitamos que las palabras evidencien esa consecuencia, es el relato el que nos da la tranquilidad del suceso.

La fortaleza de la visión de Parménides es que logró dar con la figura poética que representara su verdad. La convicción de las paradojas de Zenón está en que no es la experiencia la que da validez a un hecho, sino la comprensión que tenemos de éste. Y la moraleja que esta inmutabilidad del ser viene a sentar es que pasan los años, pasan los siglos, pero los segundos que dedicamos a plasmar lo que en nuestro entendimiento visualizamos por verdad, permanece en la medida que es compartido en un diálogo no sólo con nuestros pares, sino un diálogo de textos que podemos revisitar cada vez que la inquietud por la materia de nuestro presente no encuentra lugar.

En este momento es cuando la ficción entra como la verdadera estructura que sustenta el tiempo y el espacio. Es el relato el que da forma a nuestro acontecer, y así como personajes como Aquiles y la Tortuga pueden hacerse cargo en distintos momentos de realidades totalmente diferentes, la presencia del ser como realidad inmutable puede representarse de diversos modos tras la apariencia de nuestras palabras… ‘Nada cambia’ es el nombre del carro donde circulan las proposiciones que se agotan de ocupar un lugar en este texto.

María Inés