La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

Entrevista a Rodrigo Fresán: «La función del escritor es la de proveer historias». diciembre 22, 2008

Antes de la introducción, algunos apuntes: 1) Cuando finalizó la presentación de Mantra –a cargo de Alberto Fuguet el año 2002, en el Auditorio de la Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, Rodrigo Fresán se puso de pie y comenzó a ser entrevistado por una radio. Sobre la silla, su billetera. La Periódica Revisión Dominical la recogió y se la devolvió, no sin antes dudarlo mucho. Dijo gracias. 2) El año 2004, saliendo de una charla sobre Bolaño en la biblioteca de Nou Barris, Barcelona, Rodrigo Fresán sorprende por la espalda a La Periódica Revisión Dominical y le pregunta: dónde está la parada de metro. La Periódica, que llevaba sólo dos días en la ciudad, no sabía la respuesta. Fresán, nos atrevemos a creer, la encontró solo. 3) Un martes en la mañana, el año 2005, en una sala de la Universitat de Barcelona, Rodrigo Fresán comienza a leer La Vocación Literaria. Luego, preguntas. Al finalizar la clase, La Periódica Revisión Dominical se acerca. El escritor argentino le pregunta dónde puede conseguir agua. La Periódica tampoco sabía.


En la literatura de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) pueden entrar todos. Es una escritura que se desplaza libremente por la realidad y fantasía, con la seguridad de saber que, para la ficción, todo espacio, situación o personaje, existe para ser contado. Novelas que transcurren en una semana o textos que apelan a una multiplicidad de géneros para contarse; el autor argentino explora el mundo no para develar un misterio, sino para generar incertidumbre. Una exploración en los posibles y probables; una escritura que funda nuevas maneras de contar y contarse.


La Periódica Revisión Dominical conversó vía mail con Rodrigo Fresán. Aquí sus respuestas.

Roberto Santander – Martín Abadía


 

 

 

 

 
Para empezar, Rodrigo, han pasado 17 años desde la aparición de tu primer libro. ¿Qué recuerdos tienes de todo lo que provocó la publicación de Historia Argentina?

 
Tengo los mejores recuerdos. No sólo porque con su salida se realizaron las fantasías juveniles más demenciales que se pueden llegar a tener en lo que hace a un debut literario sino porque -lo más importante- los años pasan y me sigo reconociendo en ese libro. De algún modo, es como el Big Bang de todo lo que vino después y en él ya laten las constantes de mis siguientes libros.

En unos meses, Anagrama sacará una tercera edición con un relato nuevo y un prólogo de Ray Loriga. Con Historia argentina pasó una cosa curiosa. Yo no era nadie, trabajaba para una revista de una tarjeta de crédito y tenía unos nueve pseudónimos diferentes: como mujer, como gay, como aristócrata anciano y decadente… tenía muchas personalidades. Salió el libro y a los tres días estaba en los primeros puestos de ventas. Yo sé lo que es irte a la cama un día sin ser nadie y levantarte al día siguiente siendo número uno en listas de Best-sellers. Pero lo que en realidad importa es que el primer libro es, de algún modo, la corporización para segundos y terceros de un deseo que uno espera que se cumpla desde hace años.

La vocación literaria suele ser una vocación infantil. Y yo, desde que tengo memoria, quise ser escritor. Ni siquiera en la infancia quería ser corredor de Fórmula 1, jugador de fútbol, o presidente del país, (bueno, cuando eres latinoamericano no quieres ser presidente de tu país, esa es una vocación que, supongo, se desarrolla sólo en lugares como Canadá o Australia). En ese sentido, yo no creo en Dios pero doy gracias a quien corresponda porque yo he sido un privilegiado al ver cumplida mi vocación primera, la mayoría de la gente tiene que renunciar a ella. Un niño dice: «Quiero ser Superman», y hay que explicarle «No, mira, no vas a ser Superman». Soy escritor y no me puedo quejar, era lo que quería. Además, toda mi historia se va armando en torno a lo de ser escritor como única posibilidad de oficio más o menos profesional, porque yo no tengo el colegio primario terminado en Argentina.


El único cuento de «Historia argentina» que es estrictamente autobiográfico (aunque en muchas partes hay momentos verdaderos, como el del choque con Borges en la calle) es el de «La vocación literaria», el del secuestro. A los 10 años fui secuestrado y, después, me tuve que ir con mi familia a vivir a Venezuela.


Yo hice allí mi secundaria y cuando volví se perdieron los papeles, así que para la ley Argentina hoy soy semianalfabeto: sé leer y escribir pero no he terminado la educación básica. Entonces, tampoco pude hacer otra cosa que no fuera escribir y meterme en el periodismo. Siempre escribí, desde pequeño. Hay un cuento de «Historia argentina», el microrelato de los aztecas, que yo escribí a los ocho años. El tiempo pasa pero el impulso permanece.

"Lo de McOndo es más un prólogo que un libro. No siento que haya ninguna generación que me contenga. Si se trata de “cartografiar” la literatura, me gusta pensar que cada escritor es un pais en si mismo que puede mantener o no relaciones amistosas y diplomáticas con otros paises/escritores."

"Lo de McOndo es más un prólogo que un libro. No siento que haya ninguna generación que me contenga. Si se trata de “cartografiar” la literatura, me gusta pensar que cada escritor es un país en sí mismo que puede mantener o no relaciones amistosas y diplomáticas con otros países/escritores."


En algún momento te clasificaron como perteneciente a lo que se llamó la generación Mcondo. ¿Te sentiste cómodo? ¿Cuál es tu percepción de esa clasificación cuando ya han pasado varios años desde ese momento?


Con el paso del tiempo, me da la impresión que lo de Mccondo es más un prólogo que un libro y, por supuesto, mucho menos que una generación. Yo entregué un cuento para la antología a pedido de mi amigo Alberto Fuguet y no leí la introducción sino hasta que salió el libro. Hay cosas que comparto y cosas en las que no estoy de acuerdo sencillamente porque nunca pensé en ellas. En lo personal, no tengo ningún problema con el realismo mágico. En lo generacional, yo creo que uno lee y escribe -entre otras cosas- porque le gusta estar solo. No siento que haya ninguna generación que me contenga. Si se trata de «cartografiar» la literatura, me gusta pensar que cada escritor es un país en sí mismo que puede mantener o no relaciones amistosas y diplomáticas con otros países/escritores. Tampoco me interesan las guerras, aclaro.


¿No sientes que esta nueva moda de criticar a Cortázar se ha vuelto casi como una carta de presentación de corrección literaria?


 

Yo no tengo nada que criticarle a Cortázar y sí tengo mucho que agradecerle. Esta pregunta habría que hacérsela a quienes lo critican. El único reparo que tengo yo con Cortázar es la ingenuidad de sus posturas políticas no porque uno no tenga derecho a ser políticamente ingenuo (o romántico, o inocente, o bien intencionado) sino porque me parece que en su etapa non-fiction descuidó un poco su faceta fiction.


vonnegut

Kurt Vonnegut

De alguna manera, la literatura norteamericana, con la que tanto está asociada tu literatura, si lo pensamos ampliamente, ha sido la literatura que en los últimos años pegó más fuerte en casi todos los países de habla hispana (sobre todo en América Latina). ¿Crees que se trata de una suerte de depuración en la manera de pensar la literatura y aún de escribirla?


Lo que ocurre es que yo jamás le he pedido a los libros acta de nacimiento o pasaporte o visado. No me siento a leer idiomas sino autores que me gustan. Así ha sido siempre y así seguirá siendo. Y está claro que me gustan más los autores que practican un cierto tipo de literatura antes que otros. Lo cierto -ya lo dije muchas veces- es que leí primero a Kurt Vonnegut que a Macedonio Fernández. Con el tiempo, leía Macedonio Fernández. Y descubrí que me gustaba más Vonnegut. En cuanto a motivos para «pegadas» extraterritoriales, sólo puedo hablar por mí. Y ya hablé. El resto es terreno de gente con certezas absolutas como los editores y los académicos.


La música es una constante en tu literatura. ¿Tocas o tocaste alguna vez algún instrumento?


No. Mejor así. Alguna vez -tendría unos ocho años- les manifesté a mis padres cierto interés por aprender a tocar el saxo. Me compraron una guitarra. Creo que fui a una clase y media y eso fue todo, amigos. En cuanto a la música en mi literatura, sí, suena mucha.


En Mantra retratas Ciudad de México basándote mucho en los referentes culturales que tenemos comúnmente de lo mexicano. Casi como un México for export. ¿Crees que, en el fondo, esa es la única manera que tenemos actualmente de acercarnos a las ciudades? ¿Fue inconsciente o es lo que tú entiendes como lo propiamente mexicano?


Como ya dije muchas veces, Ciudad de México vino impuesta. Pero enseguida descubrí que la inverosímil historia de Mantra y de los suyos sólo podría resultar verosímil en una ciudad increíble en todos los sentidos y dirección como es el Distrito Federal. También, a nivel personal, me causaba gracia e ilusión apuntarme y sumarla a la lista de novelas mexicanas escritas por extranjeros. Pienso en Bajo el volcán, El poder y la gloria, La serpiente emplumada, Los detectives salvajes y todos esos textos beatniks.


La idea fue, siempre, que la anatomía del libro reflejara la cartografía imposible y fragmentada del D.F., sus demasiadas partes, su físico freak. De ahí también que Mantra sea muchos libros o un libro con demasiadas cabezas. No lo pensé en términos estructurales sino des-estructurales, como algo invertebrado y casi gaseoso. El libro es el resultado de mezclar varias ideas que me parecieron posibles puntos de partida: una guía de turismo apócrifa, una investigación sobre el mundo de los luchadores enmascarados, un ensayo sobre el Día de los Muertos, una enciclopedia de visitantes ilustres y malditos al D.F., un viaje al mundo de las telenovelas, una continuación de «Bajo el volcán» de Malcolm Lowry narrada por el nieto de uno de los asesinos del Cónsul … No me decidía por ninguna y metí todo junto. El D.F. es un poco eso: una acumulación de factores teóricamente irreconciliables que acaban conformando un todo mutante y armonioso. Más mutante que armonioso,como me gusta a mí.


una acumulación de factores teóricamente irreconciliables que acaban conformando un todo mutante y armonioso. Más mutante que armonioso, como me gusta a mi."

"El D.F. es un poco eso: una acumulación de factores teóricamente irreconciliables que acaban conformando un todo mutante y armonioso. Más mutante que armonioso, como me gusta a mí."

Guy Debord habló de que el hecho de caminar por una ciudad era ya un hecho estético de orden superior. La visión del México de Mantra se construye en buena parte a través de lo fragmentario. ¿Es esa tu manera depercibir una ciudad o es una percepción que solamente le es propia a Mantra?


Creo que respondí a esto en la pregunta anterior, pero amplío: la percepción tiene que ver, también, con que Ciudad de México está erigida en una zona sísmica. Y a mí me gusta imaginarla así: como un puzzle en el aire, en el momento exacto del terremoto. Una de las cosas que más me gustan de «Mantra» es ese temblor constante en la última parte del libro.


En tus libros, aunque pocas veces se diga, hay una crítica política a la realidad latinoamericana. Tienes opinión frente al tema y lo abordas, lo comentas y lo satirizas muchas veces. Pienso, por ejemplo, en Jardines de Kensington cuando tu personaje habla de que todos se apartaron del sistema en vez de atacarlo y cambiarlo desde adentro. ¿Dónde te ubicas tú como escritor dentro de esa clasificación?


Vuelvo a lo de antes, a lo que te respondí a la altura de Cortázar… Yo creo que hay una función social del escritor, cierta y verdadera, que no pasa por esto de la literatura comprometida o ir abriendo ojos. A mí el escritor totémico que se va paseando por las mesas redondas o rectangulares del mundo prediciendo el Apocalipsis… Por otra parte, ya la actitud y la gestualidad y la mecánica del escribir es algo muy burgués: uno necesita de cierta comodidad, tiempo libre, tranquilidad, estar solo… La función social del escritor existe y es la de proveer historias: que la gente tenga algo que leer, un punto de fuga por donde evadirse y conocer realidades alternativas. Me parece más que suficiente y, de algún modo, épico y epifánico y, si se quiere, comprometido. La misma función que, en la prehistoria, alrededor de una fogata, tenía alguien que una noche empezó a contar algo para sus amigos. Quiero pensar que el oficio no ha evolucionado mucho. Y me parece que está bien que así sea, que así haya sido.


Se esboza en tus escritos una visión aparentemente crítica de esta especie de revival postmoderno. Pienso por ejemplo, en algunos fragmentos de Esperanto o Jardines de Kensington. Pero, paradójicamente, creo que ese mismo gesto está presente en tus libros de forma paródica. ¿A qué crees que se debe la tendencia contemporánea de pensar que lo nuevo es mejor que lo menos nuevo y que lo clásico siempre será más moderno que cualquier vanguardia de fin de semana?


La verdad que no tengo la menor idea. No leo ni escribo pensando en esas cosas. Pero una cosa sí es verdad: no creo que haya o vaya a haber libro más moderno y vanguardista que «Moby Dick» de Herman Melville.


Escribes periodismo. Entiendo que lo haces, por una parte, para sobrevivir, pero también, supongo, porque hay algo que te llama la atención del formato. Sin embargo, sueles sobre todo en las contratapas de Página 12- utilizar el formato para hablar un poco de tus obsesiones y hacer literatura. Tu mirada a la realidad desde esa tribuna apela bastante a la caricaturización de lo real. ¿Qué es lo que buscas, literariamente, cuando escribes esos textos? ¿No te da la sensación que, en el fondo, todo puede ser parte de una gran ficción mientras se narre y se lea con esos códigos?


Y, sí, todo es parte de lo mismo. De ese/eso mismo que soy yo. Afortunadamente, siempre he trabajado para medios muy comprensivos con mis fobias y placeres y perversiones. Pero, atención, no creo que lo que yo hago sea periodismo en el sentido más clásico (o riguroso) del término o que lo que yo haga sea crítica literaria. Es otra cosa. Una especie de diario abierto (que no llevo como diario) repartido a lo largo de artículos. Me gustaría, sí, disponer de bastante más tiempo para la ficción y de dedicar bastante menos tiempo a la no-ficción. Antes me cansaba menos. Podía conciliar ambas facetas mejor. Siempre digo lo mismo y volveré a decirlo aquí: con el tiempo, con el correr de los libros y de las primeras planas de los diarios, de los suplementos y de las revistas es inevitable cierta erosión o fatiga de materiales. Así, antes yo pasaba de la ficción a la no-ficción con la facilidad de quien se cambia de sombrero. Ahora, con los años, es como cambiarme de traje de astronauta. Se hace más pesado. Y el escribir crónicas siempre sobre cosas que te gustan es un arma de doble filo: por un lado es placentero, pero por otro, con el tiempo, descubrís que no hay libro o película o cd que no sea una posible nota y te la pasás pensando automáticamente, por reflejo, en posibles títulos. Y llega un momento en que sientes que ya no tienes vida privada, que todo es «articulizable». Es un tanto alienante, la verdad. Pero lo cierto es que nunca dejaría de hacer periodismo o crítica como se llame lo que yo hago. Tal vez mi no-ficción sea como esos mensajes subliminales injertados en los discos y películas de mi ficción, ¿no?


 

el pais de los libros que lee y el pais de los libros que escribe."

"Un escritor pasa buena parte de su vida en otros países: el país de los libros que lee y el país de los libros que escribe."

Vives en Barcelona. Te cambiaste de casa hace poco. ¿Por qué Barcelona? ¿Qué tiene Barcelona que hace que te guste vivir ahí?


Bueno, ya van a cumplirse 10 años. Y a principios del 2008 me mudé del Eixample a Vallvidrera, Tibidabo arriba. Y estoy muy bien. Yo creo que la pauta de una buena elección geográfica te la dan los libros que escribiste allí. Y a mí me gusta lo que llevo escrito en Barcelona hasta la fecha. No vine aquí en busca del consabido «despegue internacional» provocado todavía hoy por el espejismo/oasis del Boom y todo eso. Lo cierto es que yo ya sentía un poco agotada mi etapa en Argentina y comenzaba a aburrirme y cansarme de cierto mundillo literario y caníbal. A mi llegada a Barcelona, en 1999, yo ya tenía dos libros publicados en España y dos vendidos en Francia. Así que la fantasía no pasaba por ahí. No sé, yo creo –no es la primera vez que lo digo- que todo escritor es extranjero de un modo u otro. Incluso los escritores «nacionales». Un escritor pasa buena parte de su vida en otros países: el país de los libros que lee y el país de los libros que escribe. Hay una interesante contradicción en la práctica de la literatura: es el oficio más sedentario que existe (pocas cosas más inocurrentes que contemplar a un escritor trabajando) y al mismo tiempo la actividad más nómade de todos. Y a mí me gusta viajar mucho y lejos y, de tanto en tanto, creo pertinente también transplantarme para volver a empezar, limpiar la pupila, sentir como pasa el tiempo y pasan las distancias. Con esto no quiero criticar a esos escritores que nacen y mueren en la misma casa y que escriben sólo sobre lo que ocurre en su barrio. Bien por ellos. Pero yo no podría. Insisto, también lo dije varias veces: nací argentino y espero morir escritor. Y la verdadera patria es la propia biblioteca.

Volviendo al tema del «mundillo», también es cierto que la Argentina –o Buenos Aires, o ciertos ambientes de Buenos Aires— practica más la crítica de escritores que de escritos. Y que la percepción que se tiene de uno es siempre externa y lejana y que rara vez (es más fácil opinar que leer) pasa por el interior y la cercanía de lo que uno hace. Y que se corre el peligro de quedar petrificado –a los ojos de los demás—en la edad en la que uno «apareció» para esos otros. No sé, una de las mejores cosas que me ocurrieron al llegar a Barcelona fue el ser percibido por la gente como alguien de 35 años y no alguien eternizado en los veintipico. Ahora que tengo 45 años es un alivio tener exactamente esa edad, sentir que el tiempo se mueve y que uno se mueve con el tiempo.


Vine a vivir a Barcelona en 1999 -ya lo dije muchas veces- más intrigado por Copito de Nieve (una obsesión de mi infancia) que por la mística de una ciudad literaria. He de decir que estaba en lo cierto y que no me equivoqué al elegir: Barcelona me parece una ciudad muy funcional a la hora de escribir, esa función tan quieta y sedentaria y, al mismo tiempo, nómade. Barcelona tiene el tamaño justo, hay muy buenas librerías, y ahí están el mar y la montaña cerca. Tan cerca que ni hace falta interrumpir la escritura para sentir que están ahí.


¿Qué está pasando en Canciones Tristes?


Muchas cosas. Con solo decir que ahora Canciones Tristes está en otro planeta.


Hablando un poco de tus proyectos, ¿qué pasó con la traducción de letras de Bob Dylan que preparabas? ¿Hay fecha para la publicación de una nueva novela?


De lo de Dylan prefiero no acordarme. Y hablar equivaldría a hacer memoria. Así que prefiero dedicar la memoria de mi disco duro para cosas más útiles y gratas. La novela nueva (que en realidad es la segunda novela nueva que saldrá antes de la ya terminada novela nueva) aparecerá, si todo va bien, a finales del 2009. Por esos días acaba de aparecer en Francia una nueva versión de «La velocidad de las cosas» (con un nuevo relato) y está a punto de lanzarse en Mondadori Roja y Negra, colección de literatura criminal. Proyectos no me faltan, me falta tiempo…


Sugerencias, Rodrigo.


Un disco para una ruptura amorosa: Bueno, hay músicos pertenecientes a ese subgénero. Están los que piden perdón y los que exigen disculpas. Así que me inclinaría por un término medio que es, además, especimen casi fundante de la especie (si no se cuenta aquella crepuscular trilogía de Sinatra) y uno de sus mejores especímenes: «Blood on the Tracks», de Bob Dylan.


Pepsi o Coca-Cola: Es una pregunta casi ofensiva. Coca-Cola, por supuesto. ¿Qué es Pepsi?


Un libro para leer antes de dormir: De un tiempo a esta parte –tengo un hijo de dos años—podría recomendar una portada de libro para la hora de dormir porque difícilmente paso de allí antes de desmayarme. Así que recomendaré un práctico manual de fragmentos y textos breves editado por la revista The Paris Review de título muy largo: «The Paris Review Book of Heartbreak, Mandes, Sex, Love, Betrayal, Outsiders, Intoxication, War, Whimsy, Horrors, God, Death, Dinner, Baseball, Travels, The Art of Writing and Everything Else in the World since 1953»


Un libro para Chavez: ¿Para qué? Me parece que ya tiene demasiado con ese ejemplar minúsculo de la constitución que lleva a todas partes, siempre a mano, como rubia de King Kong.


Lo peor de Argentina: Supongo que unos cuantos (demasiados) argentinos que andan por ahí.


Una canción para Zapatero: No sé. Alguna de Kraftwerk, tal vez. Por su dicción y fraseo cada vez más robótico, digo.


Qué le preguntarías a Pynchon: Cada vez se me ocurren menos cosas para preguntarle a los escritores. Prefiero pensar que todas las respuestas están en sus libros. Pero, puestos a molestar, le preguntaría a Pynchon si es cierto eso de que tiene proyectada una novela sobre Godzilla y monstruos japoneses.


La canción que te hubiese gustado tocar sobre un escenario si hubieses sido músico: Muchas, demasiadas. Supongo que «Visions of Johanna» de Bob Dylan y, si el público no me echó, remataría con «A Day in the Life» de The Beatles.


La mejor canción de Calamaro: Tiene muchas mejores… Pero nunca me olvido de «Señal que te he perdido», del primer verso de «Señal que te he perdido».