La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

Variaciones Solari 3: La música que nos ejecuta noviembre 18, 2009

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A lo largo de nuestros días asistimos –acaso una o dos veces- al azar de un encuentro que parece haberse quedado por completo con lo que es nuestra vida; con todo lo que, mal o bien, viene nuestra vida a decir y significar para nosotros. Tales encuentros pueden ser oscuramente indicativos de algo y darnos la pauta de que si ellos nos suceden, nosotros los suscitamos a la vez.

A principios del siglo XX, algunos franceses llamaron a ese encuentro Dadá. Cuando les invitaron a responder sobre el significado de aquel Dadá, decían, de una forma u otra, “Dadá.” Podría entenderse que en esa respuesta había una noble disposición del espíritu para aislar lo indeterminable; pero había, más que todo, un compromiso verdadero con ese valor de “indeterminable»: lo determino en una palabra vacua en un principio, pero si la elección de esa palabra es adecuada, su poder de resonancia la hará devenir compleja, la hará entenderse. La historia de los símbolos que conducen nuestro sentir están aferrados a este pálpito: al conocer tan poco sobre las cosas, creamos otras en su lugar, las sustituimos por lo que vemos en ellas. Lo que resiste finalmente ya no es nuestra visión, sino su paulatino desarrollo, su sed de determinación siempre sedienta, su vocación por ser capaz de tomar nuestro lugar al haberles concedido nuestro nombre y nuestras inquietudes.

 

Son algunas inquietudes también las que me mueven a pensar que más que encuentros, son presencias las que nos descifran: presencias que en buena medida son nuestra parte más estimada. Algún color a veces, alguna distracción, algún sonido nos embelesa. Tenemos en ese instante la convicción de que daríamos la vida por ellos, ya que allí está encriptada nuestra suerte; pero luego, algo reprueba este arrojo: eso en lo que se nos va la vida está allí para abduirnos, está encontrándonos más que buscándonos. Y seguirá allí eternamente, tal como nosotros, dejándonos encontrar. Muchas veces creemos que no sabemos de él tanto como quisiéramos. Otras resolvemos que no saber de él es lo mejor que pudiera pasarnos. No obstante, nunca dudamos –nunca, muy dentro de nosotros- dudamos de que su resonancia vaya a atemperarse algún día. Puede pasar que lo olvidemos; también que sus fuerzas decaigan (Que un sueño acabó, ya te dijeron…); pero difícilmente lo que pudo reclamarnos alguna vez con tanto brío, lo que pudo hacernos vivir como nunca antes, pueda morir sin más (pero no que todos los sueñitos, no.); sabemos que irremisiblemente va a pasarnos a buscar, tarde o temprano.

 

 Los Redonditos de Ricota sintieron alguna presencia que se adecuaba al devenir de los sueños. Su síntesis –como en poesía- se ligaba a un símbolo: Patricio Rey era una suerte de encarnación de la tragicomedia de sus vidas, y una vida además que abogaba por las suyas. Sentían a través de él cierto permiso para dejarse llevar. (Lo que luego se haya dicho empieza y termina en la locuacidad de quien busca datos donde no debe por qué haberlos.) Dejarse llevar en todo caso dispone esa circunstancia: entregarse al hirviente sudor de un emblema que sostiene nuestra vida. Como la de un faro, su luz no es unívoca; ilumina varias direcciones y alguna -lo sentimos- es la nuestra. Lo sabemos bien: lo que dispondrá será la cara secreta de nuestra pasmosa humanidad, la que más nos modifica, la que nos sorprende mejor. Acataremos -como MRAf055hacemos con las palabras- la conversión de un sentir. Lo llamaremos convicción. Lo que presencias así disponen, el hombre repone, recompone: ubica, ordena, forma con su propia forma. Declaró Solari en 1980: Nuestro aporte será tal vez dejar que la música le llegue (al público) a través nuestro… Somos músicos que básicamente no creemos que ejecutamos la música, sino que ésta nos ejecuta.

 

Eternos al final del camino son los rastros que quedan de este proceso. Rastros de rastros de rastros de una ilusión que es, que viene a ser –como nunca antes- nuestra identidad. Ese emblema que es Patricio Rey se calza todas las máscaras necesarias para acreditarse la desconfianza de los incrédulos. Esa forma que es el arte ha de tener el ánima de una fiera que se abalanza en el momento menos esperado. No ser nunca reconocible; nunca reconciliable con lo que -culpa de algún atropello, alguna vanidad- cree que es. Solari también advirtió en torno a Patricio Rey, «yo creo que lo que carece de identidad es inmortal

 

 

 M.A