La periódica revisión dominical

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Variaciones Onetti 4: la huella del polizón febrero 17, 2009

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Es de parcial interés, creo, el hecho de que un autor como Juan Carlos Onetti haya forjado o no un cánon periférico o académico. Hoy en día sus obras se cuentan en costosas ediciones de encuadernado o en secretas y arrebatadas ediciones de bolsillo. Lo bueno de éstas últimas es que uno puede forzarlas, magrearlas, desvencijarlas, devolverles nerviosamente lo siempre irrecuperable de algunos hilos narrativos. Esa lenta y parsimoniosa y como nunca efectiva manera de engarzar las palabras, formar un calibradísimo sostén donde la necesidad suplanta al deseo, donde las ilusiones hacen las veces de la verdad.

En el revoltijo de menciones ocasionales en torno a Onetti, cuento disparidades: Enrique Lihn, Carson McCullers, Dashiell Hammett. Y también algunos nombres más íntimos, menos elucidables.  Puedo referirme a un relato con elementos no literarios; puedo decir que un relato es cierto cordón de vereda, cierta mirada escondiéndose, cierta juntura entre dos mosaicos de mi casa de infancia en Villa Devoto a los 12 años. Puedo muchas veces cerrar la puerta y pese a que el eco del cuarto responda tan solo a mí al entrar, reconocer su énfasis como el de alguien más. Llamo énfasis a la intención con la que se mezclan en mi vida presencias diversas: Edgar Poe, amaneceres en Plaza Francia, canciones de Lightin’ Hopkins -una en la radio, dos escritas en un cuaderno con intrépida caligrafía- o que te andes viendo los zapatos algunas noches como algo más o menos real. Llamo presencias a todo lo que parece suceder: los amaneceres, los zapatos, las canciones y aun Edgar Poe puede ser que sucedan. De lo que no dudo, en todo caso, es de que allí estén, a mitad de camino, entre la memoria y el sueño. Allí también están los múltiples, desolados adioses de Onetti. Rara vez, sin embargo, su presencia lleva marcada a fuego la huella de lo fugitivo y de lo irrevelable. Onetti, que fue inverificable en los hoteles y urbano en la cama, bien quiso y pudo con una fuga permanente de habitación de hotel en habitación de hotel, lugar que es siempre el mismo y está en todas partes ofreciéndose a las mismas almas; Onetti bien pudo y quiso más que el recorrido sombrío en ciudades siempre al borde de un río cómicamente inútil, una pátina de ensoñación sobre las cosas. Llamo ensoñación a la mentira. Y mentira al juego. Todo lo que duele, un juventud de indócil evanescencia, cartas en dos tipografías, micros que traen a nadie de cualquier lado, sorprender a la farsa en el momento exacto, también es parte del juego. Y saber que no estamos tan chiquitos ni somos ya tan inocentes, parte del juego ( es algo que los tontos aprenden en la senectud. )

 

Y así. Y todo. Onetti pareció siempre resurgir desde un terreno de inútil espera, en donde las decisiones ya fueron tomadas, donde hubo que figurarse en la apariencia para fundarse en la realidad. Hubo – como lo dispuso Proust– que plagiarse: «Pero lo que denominamos experiencia no es sino la revelación a nuestros propios ojos de un rasgo de nuestro carácter, que naturalmente reaparece, y reaparece con tanta mayor fuerza cuanto que ya lo hemos evidenciado una vez ante nosotros mismos, de modo que el movimiento espontáneo que nos guiara la primera vez se ve reforzado por todas las sugestiones del recuerdo. El plagio humano al que resulta más difícil sustraerse a los individuos (y aun a los pueblos que perseveran en sus faltas y van agravándolas) es el plagio de uno mismo» (Albertine desaparecida, 43).

 

Onetti y sus fugas, volverse sobre uno para adentrarse en uno y no salir. De allí, el mundo. De allí, irse para quedarse. E irse dónde: no hay ciudad al borde de un río, no hay nada ni a un lado ni al otro, hay tan solo una suerte de tránsito que es la patria del polizón meditabundo, y en ella, alguien que anda a gatas. Se anda adivinando. Se anda modificándolo todo, agregándolo todo, inventándolo todo.

 

1213271216_0La obra de Onetti es la obra de un mentiroso y Los Adioses no escapa a esta condición. Alguien miente o todos mienten. Alguien sabe o todos saben. Todo, en cualquier caso, es presunción. La verdad, en el relato, ocurre a lo lejos, allí donde no hay ver para creer, donde lo creído se castiga con la vergüenza y donde es mejor obrar con una molesta soltura, viajar el terreno de la víspera, resolver que quien miente finalmente es un híbrido de quien relata y quien lee. Lo que hay en Los Adioses es un desborde de imaginativa -pienso en Coleridge y en su oscura distinción*- y en ella aparecen afectadas dos caligrafías, planteadas dentro y fuera del relato: la una, a máquina, ejecuta, conduce; la otra, manuscrita, responde, autoriza, desprecia, alude. (Una de las dos también desarma, como nunca, un ejemplar de bolsillo.)

Los Adioses es la historia de un ocultamiento, pero aun de la distancia entre lo oculto y lo presumido. De saber y nunca saber; de nunca saber, calcular, cerrar los ojos y disparar; a veces, acertar.

Leo en el Justine de Lawrence Durrell: «Sueño con un libro tan intenso que pudiera contener todos los elemnetos de su ser, pero no es el tipo de libro al que estamos habituados en estos tiempos. Por ejemplo, en la primera página, un resumen del argumento en pocas líneas. Lo que siguiera sería el drama liberado de las ataduras formales. Mi libro quedaría en libertad de soñar» Y un poco más adelante: «Ahora vives en mi intimidad imaginaria. Fui una tonta cuando te lo conté todo, cuando fui honrada contigo. Mira cómo me interrogas ahora. A la menor contradicción te lanzas sobre mí. Sabes que jamás cuento una historia dos veces de la misma manera. ¿Acaso significa que miento?»

Si alguien ve a Onetti, dígale que pudo con el propósito de la primera cita, pero que encarnó como nadie la belleza de la segunda.

 

 

M.A

 

 

 

 

*Fantasía e imaginación precisan, en Coleridge, menciones literarias. Sin Milton, sin Cowley, la escisión es improcedente. Igualmente, una definición certera de uno y otro término.

 

 

 

 

3 Responses to “Variaciones Onetti 4: la huella del polizón”

  1. oesido Says:

    Recuerdo en los años 80 ver en TV al Rey Juan Carlos entregando el premio Cervantes a un señor mayor, con gafas de culo de vaso, despistado y quizás enfermo y en mi estúpida ignorancia pensar: ¿Quien será este fulano con esa pinta? Veintitantos años después he descubierto que aquel fulano era uno de los más interesantes escritores de su siglo; y «los adioses» un libro de referencia por su carácter enigmático, innovador…. Enhorabuena como siempre a la Periódica… Un abrazo. Oesido.

  2. […] Island; he empezado en serio con Onetti, del que ya hablaremos (al que lo siga muy recomendable la periodica revision dominical) y medias lecturas y repasos de aquí y de […]

  3. […]           Tal y como tenía proyectado desde hace tiempo, a principios de Febrero, por fin, me eché en brazos de Juan Carlos Onetti, así a lo bestia y sin paracaidas. El libro por el que comencé, al azar, fue Los adioses, que dice en sus primeras líneas: “Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada”. Y a partir de esas líneas, el que habla, que es “el almacenero” nos va desgranando a trompicones, la historia de un hombre que llega al pueblo a curarse de la tuberculosis; pero como él tampoco conoce de esta historia más que datos fragmentarios, el relato que nos proporciona de los hechos es inconexo y confuso. La maestría de Onetti nos va enredando en la magia de su escritura y nos hace plantearnos preguntas sobre la vida del protagonista pero también sonre la construcción del relato y la propia razón de ser la novela: ¿que c… es ésto?.  Ante su dificultad, creo que  es recomendable buscar una orientación que nos ayude a entender las claves del libro. Por ejemplo, es reveladora la relación existente entre Onetti y Faulkner y que pone de manifiesto Levrero en el enlace que marco con su nombre. Y son clarividentes los comentarios que se hacen en este otro blog,  leergratis, sobre los méritos de esta obra.  Y por supuesto, la periodica revisión dominical. […]


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