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Variaciones Onetti 1 : La quintaesencia del desastre noviembre 6, 2008

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La metafísica es un aspecto de la realidad que ha sido vapuleado y exaltado hasta el  hartazgo, hasta el límite de tensión que soporta el arco del fanatismo. No obstante sus espirales, sigue interviniendo en más de una cuestión. Sólo así puedo explicarme por ejemplo qué designio selecciona a los autores que pasan a la posteridad entarimados. No se trata de despotricar con la lista canónica en su totalidad, de desplazar a un Shakespeare, a un Goethe o a un Kafka de su lugar. Se entiende que la mayoría de los postulados son  talentos resueltos, genios en algún que otro caso. Pero basta leer un poco para comprender que en más de una oportunidad gente ajena a la lista merece largamente un sitio, y para comprender también que en más de dos oportunidades muchos de los rankeados están allí sin que nadie sepa por qué.

 

En medio de esta dinámica tan injusta y subjetiva, un claro perjudicado ha sido Onetti, figura central de la literatura en lengua hispana por donde se lo mire. No es que goce de un particular desprestigio o de la veda graciosa de la academia, pero sin lugar a dudas su figura pocas veces recibe lluvias en las magnitudes correspondientes. Se lo posterga muchas veces por oportunistas con algún talento o por próceres misteriosos de diez poemas válidos. No apunto a la popularidad: es patente que Onetti no escribía con ese objetivo. Me refiero a ciertos centinelas distraídos, a los prestidigitadores de canon.

 

De pisos de barro negro, del vómito de un animal viejo y enfermo, de los estertores de un tuberculoso en la pieza de al lado en la madrugada: de eso está hecho el calabozo que Onetti tejió en Bienvenido Bob, tremendo relato de nuestras vidas, Kafka pasado de tangos y tardes cenizas. Porque todo en ese cuento es un asomarse en la inminencia cuando en verdad se está todo el tiempo en la plenitud misma sin caer en la cuenta. Onetti no escribía cuentos, simplemente se dejaba atravesar por el mundo y en un instante de iluminación sudaba perlas.

Porque no hay adiós posible para Bob más que este bautismo interminable de la duración incrustándosele en el alma. Una lenta capitulación hacia la nada disfrazada de oficina y frustración y un insomnio que no es de nadie pero que molesta en forma. Bob entra en los años enredándose en sí mismo, en los pliegues que dejaron sus sueños y su ánimo de inmortalidad. La vida como pesadilla minuciosamente pensada, un cuerpo en declive caricaturizándose a sí mismo en cafés roñosos, perdidos, ciegos. Pero Onetti no juega con las palabras: las deja ir por su lado para que se ordenen a su modo, para que describan de qué diablos se trata una venganza genuina.

 

La vida es una venganza.

 

 

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Y Bob carga contra ella sin enterarse, como carga desesperado el que patalea contra el fondo del mar antes del fin de las imágenes. Bob es la venganza de sí mismo, desplegándose en el tiempo sin forma alguna, sin flores en el ojal, con una mujer gorda a la que llamará “mi señora”. La naturalidad del relato es escalofriante: esclavos en una fila incansable esperando el turno, perezosas ovejas obedeciendo las estaciones de la vida decretadas desde la cúpula. Cada rincón de ese cuento está envenenado de vida en la metrópoli, las presas de un misterio que parece no provenir de ninguna parte. Onetti avanza sobre la vida moderna que se muerde la cola siglo tras siglo en un espasmo perverso. Y el amor no es amor, el odio no es odio; cualquier sentimiento es en verdad el reflejo burlón de un arquetipo raquítico que se desmorona a pedazos sin remedio, cualquier sentimiento debe conformarse con ser testigo del desierto, continuidad pura, vigilancia.

 

Bob es su hermana; su hermana permanece en él para el mundo pequeño y hachado del protagonista. Bob es permanencia y castigo, consuelo y revancha. Un dador de sabores gratos al fin de cuentas. Bob ingresando al “mundo real”, al mundo de los adultos, nos da la idea del agrimensor que se adentra en todo lo que no es Castillo, en el universo absurdo y sádico de los humanos en racha, el crimen, la fe saqueada, el bochorno. Onetti sustrae a los personajes del mundo real para devolverlos en el gesto de una recuperación condenada, un martirio detallado e invariable recreándose una y otra vez a sí mismo para permanecer siempre igual. Aquí está el hallazgo del relato, su clave vital. Sumemos al modesto decorado porteño de Onetti la computadora personal que deseemos; añadamos las bebidas de moda y alguna tarjeta de crédito. Actualicemos el rumbo de la música y la tecnología del reproductor de melodías. Nada más ha cambiado, nada más puede cambiar en tanto el escarnio, la disolución del ser humano en esa brea traicionera llamada vida real. Hasta el fin de los días Bob llevando a su hermana como regalo en su rostro para un hombre tan hastiado y enloquecido como él, idénticamente desabrido. Una extraña trilogía de ausencias y presencias que recuerdan al trío de A puerta cerrada y su representación de un infierno terrenal, colmado de la mirada del otro, de su persistencia, de su ser.

Hay algunos autores que proponen, aún fuera de toda propuesta explícita, la visión de la vida como algo esencialmente efímero, inasible incluso. Onetti en Bienvenido Bob nos propone enterarnos qué tan dilatada puede ser para algunas cuestiones.  

 

Mome

 

 

 

 

 

 

1 Responses to “Variaciones Onetti 1 : La quintaesencia del desastre”

  1. Miguel Erre Says:

    Tus apuntes sobre JCO y Thomas Bernhard me recuerdan a Onetti diciendo, al leer Absalòn, absalòn, que sentìa una mezcla de admiraciòn y envidia.

    Genial tu blog. Recièn lo conozco y tengo para leer…
    abrazo
    M.A.R.


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