La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

Nota al pie: Pierre Reverdy abril 5, 2009

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                                                                                                                                                              reverdy 

Como Paul Delvaux, como Mallarmé y André Bretón, Pierre Reverdy prefirió la búsqueda de signos. El ensueño y los cristales. Los nudos del destino y los números perdidos. El azur aplazado por los cada vez menos logrados contrastes, el vaho de las alcantarillas. De una sola suerte se dio a la poesía: poder hacerla. Con un solo descuido no zozobró ante de ella: dejó que se hiciese. Luego expulsó de sí algunas certezas: l’art pour l’art, la vie pour la vie, deux points morts. Il faut à chaqun l’illusion des buts et des raisons. L’art par et pour la vie, la vie pour et par l’art.

 

Para Pierre Reverdy, la sola mención del arte y de la vida fue el costo de la sugestión en la realidad. Y el hombre, su confuso conductor. Así como Alfonso Quijano nunca dijo su ladran, Sancho, señal que cabalgamos, y ni Humphrey Bogart y Ingrid Bergman espetaron el triste play it again, Sam, Reverdy pensó tan solo en un arte de intercesores, los que reponen lo que nunca sucedió, los que buscan lo que no existe y lo que se abre paso para existir.

 

La poesie n’est ni dans la vie ni dans les choses —- c’est ce que vous en faites et ce que vous y ajoutez.

 

Entonces es que una obra se libra a un azar continuo, marcando el paso indeciso desde un intercesor a otro y a otro y a otro, y también las distorsiones necesarias, las huellas borradas, los atajos y los espejismos.

 

Ce que le public ne veut pas comprendre, c’est qu’on veuille lui montrer autre chose que ce qu’il cherche.

 

Pierre Reverdy, para cada palabra, para cada horizonte a tres metros de sus narices en el devenir de la urbe, operó un encantamiento y en él, magia infinita que trae desde todos los rincones de la ciudad (un cuarto mal amueblado, un embauco bien llevado a cabo) al mismo conejo y la misma galera, insustituibles y siempre devinientes a un tiempo galera, conejo y expectación de primera y última fila. Pero aún saber que no hay equivocación alguna cuando una inusitada libertad crea el alboroto de confundirlo todo en un impracticable golpe de suerte.

 

La poesía así acaba siendo esta mesa de póker, donde nos medimos de a uno, con los ojos y la caída de los párpados, con el verso, el espíritu, y todo lo que mentimos.

 

 

 

M.A

 

 

 

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