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BUNKER LITERARIO

Nota al Pie: Rosamel Del Valle febrero 19, 2010

Filed under: Literatura Chilena — laperiodicarevisiondominical @ 9:58 am
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Comparezco ante la opinión de que un libro puede ser la lectura muchos otros que hemos leido. Así la lectura de Roberto Arlt reclamó la de Dostoievski, que a su vez reclamó la de Cervantes, que a su vez reclamó la del Amadís. No es menos cierto que al leer incorporamos, más allá del destino de los personajes, aquel destino que nos conferimos a partir de ellos. Difícilmente alguien más que Joyce haya sido Stephan Dedalus; sus lectores fuimos, en mayor o menor medida, prolongaciones de su suerte. Veíamos al mundo a través de los ojos de Dedalus, pero él también miraba a través de los nuestros. Deduzco que las mejores lecturas no son aquellas que nos devuelven a la realidad tras la máscara de un personaje, sino las que potencian, a la luz de ellos, nuestro propio personaje, esa caprichosa manía de creernos algo diferente de lo que somos.

 

Más de una vez nos empecinamos en corroborar algún itinerario literario: vamos detrás de las huellas de nuestro héroe por las calles que recorrió, buscando las mujeres que amó, las zozobras que hubo de atravesar, con la latente convicción de que en ese tránsito nos aguarda alguna certeza. La única que yo he logrado es más bien difusa. Demorándome en vidas imaginarias, imaginaba la mía, la entregaba al peso incierto de una biografía siempre modificable. Buscando a quienes perseguía, acababa encontrándome a mí mismo.

 

Así puedo corroborar algunas efemérides pasajeras de los años que llevo leyendo a Rosamel del Valle. O bien puedo enumerar trozos de ellas, versiones de ellas: yo y la avenida Alberdi y los afiches despegados en algún atardecer de verano; yo y un foco de un blanco espermático en un cuarto de hotel al que nunca volví; yo y ginebra Bols cuando el frío apuraba en La Giralda los martes por la noche; yo y la viña de estío de un patio chileno; yo y esta misma tarde, la de hoy, siete de febrero de 2010.

 

En esas efemérides, en esas tentativas, no hay más que probables. Y efectivamente, lo más probable de todo acaso sea ese yo, ese probable yo. También las circunstancias. Ellas pudieron o no pudieron existir; no me creo tan veraz como para empeñarme en su argumento. Pero aún habiendo o no existido, lo que es imborrobable, lo que no se agota jamás, lo que en absoluto es probable, es la imaginería de creerlo cierto. Y aún más: la imaginería que remeda 5 segundos en la vida que podamos sostener en un solo puño, como si se tratara de tu vida lo que en ese puño late, una vida imaginaria a la que poder sentir inarrebatable. Cinco segundos a través de un poema a veces significan que a sólo unos metros te aguarda la eternidad. Eso fue lo que indicó el reloj. Eso le hizo detenerse.

 

En estos días pude enterarme de que existe un somero racconto de los traspiés de Del Valle por este mundo. Es tal vez aconsejable: primeros pasos en su Chile natal, la forja de revistas literarias de a lo sumo dos o tres esporádicos números, el arrepentimiento ante sus poemas más tempranos, viajes por Estados Unidos y por Europa más tarde, corresponsalías y algún matrimonio, un empleo en el extranjero y una obra que supera la treintena de volúmenes.

 

Rosamel Del Valle, como muchos otros poetas andinos, probablemente sean y sigan siendo poco o nada leidos fuera de Chile. Pienso en Rojas, en Teillier. También en Humberto Díaz Casanueva –a quien Del Valle dedicó un ensayo, La Violencia Creadora-, extrañísimo hombre de palabra abrupta e inconveniente. La inconveniencia, lo olvidamos con frecuencia, puede correr mansamente el gratísimo riesgo de ser poesía.

 

Del Valle no habita este mundo, sino ese otro que dispone en sus poemas. El mundo es el jardín, la víspera del paseante, la ausencia de certezas. Cada poema es una puerta y cada puerta conduce a otro poema. Del Valle perdió la llave que cerraba las puertas de aquel mundo y al verse dentro de él, lo creyó el único posible. Sus palabras suenan extemporáneas porque reclaman una época también extemporánea, una época sin época. Confinarlo en ocasiones al romanticismo es ciertamente un equívoco. Si el terror, tal como objetó Poe, no reconoce ni patrias ni épocas, la influencia en Del Valle tampoco puede circunscribirse a una escuela o un momento estético.

 

Hay una época que es un sentir, que es un clamor del ser. Del Valle no habita en él, ha nacido con él. A esa misma época pertenecieron algunos de sus admirados. Del Valle compartió con Hölderlin, Swedemborg, Blake, Ruben Dario y Leopardi una misma época ex tempore. Muchos son los hombres que, más que nacer fuera de su tiempo, lo hacen en un tiempo sin edad. Sólo se encuentran como en casa cuando dan con otros como ellos.

 

Rosamel Del Valle, como poeta, supo atravesar todos los registros. Los relatos de Las Llaves Invisibles, las confesiones de El Sol es un Pájaro, el grueso mismo de sus poemarios, todo converge en un pulso que supera la falsa víspera de un formato definible. Para él no hay más que acercamientos a la forma, instrucciones que la ponderan tan solo única e insondable, designios que conducen a nunca entender más que sus disfraces. Sus lectores pudimos leer todos sus poemas en uno solo, pudimos escribir al margen de un libro una misma anotación furtiva sin siquiera sospecharlo. Las mías parece confluir en que Del Valle escribió desde y para el hombre, ese hombre cuyo perfil corta con mansa desdicha un horizonte atardecido e impaciente. Si Miguel Hernández fue barro, conjeturo que Del Valle fue noche, la luz profética que evoca en cada tema, en cada motivo, una hora final siempre en tren de anunciarse.

 

Cualquier lector reparará en que nada remeda su lirismo, que la lectura de El Joven Olvido supone, más que una versión loable de algunos mitos y siluetas bíblicas, un clima de singular tensión, de belleza opaca y eléctrica. Así es que La Verónica toma a uno de los apóstoles como vigía y amante; así el ocaso de Narciso se adivina en el terror del cuerpo que pudo ser agua y el destino que acomete. Del Valle atraviesa lo mitológico para labrar su propio mito ( 10, 1963); se forma en la mirada de lo que es probable, de lo que sólo puede recreado una y otra vez. Pero a su vez fractura a cada paso lo visto, lo recordado, lo aprendido, dinamizando al verbo, recalando allí donde es preciso crear para creer en lo que vemos. La cita de Artaud que abre el volumen Adiós Enigma Tornasol resulta reveladora: “¿Y para qué ojos cuando todavía falta inventar lo que hay que mirar?” El raid fílmico (New York, Amsterdam, Baltimore o París) de estos últimos poemas reclama noblemente la exégesis de Lorca, de T. S Eliot.

Del Valle trae el embrujo de la ciudad a su propio embrujo: el hombre y la naturaleza aúllan a la par, neutralizan su lejanía, se fusionan para ser inapelablemente ambivalentes, extraños más que curiosos. En cierto momento el poeta se escruta:

 

Activo / En el encanto de aceitar los relojes / Selecto en el ritual / De quemar hojas con estampas de calendarios / Terriblemente tranquilo y ordenado / Para abrir y cerrar las puertas del sol o de la noche / Sereno en lustrarte las arrugas / El tú que eres yo / En fuga por vastos espejos / Vestido tú desnudo yo / Tu pecho es un pozo lunar/ Y sobre tus rodillas arden adivinaciones y enigmas / Esas imágenes me recuerdan que hay muertes jóvenes / Muertes colgadas de los cabellos del alba / Pero yo cultivé la mía / La engañé con la verdad que es lo único que engaña / Supe entretenarla con fábulas/ Con actos de prestidigitación / Resucitando en mí a la paloma y el ángel / Y no sin hacer el juego mágico / Del domador con el tigre / Engañándome / Luminosamente a mí mismo

 

Alguien lo sospechó alguna vez: todos los libros no son sino la antesala de un único libro que hemos de escribir entre todos. Del Valle decantó en los suyos todos los libros que abundan en razones para arrojarse al misterio. Si cualquier misterio se jacta de no albergar un origen, Del Valle se interpuso entre esa jactancia y la poesía. Sabía probablemente que ambas eran nítidamente similares.

 

 

M.A

 

 

1 Responses to “Nota al Pie: Rosamel Del Valle”

  1. Fernando Says:

    En fuga por vastos espejos…. excelente, linda en el ensayo, Rosamel es uno de mis poetas favoritos, junto con toda la lírica chilena, la alemana, inglesa, cuando uno empieza a leer poesía se distorsiona, la realidad (como dijiste al principio-al menos lo que entendí) la buscas entre los textos y lo material…
    Las crónicas de Rosamel son buenas, igual la novela: «Brígida o el olvido» seguiré tu blog, pues me parece interesante, nos leemos


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