La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

Nota al Pie: William C. Williams septiembre 10, 2009

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Wcw1926Walt Whitman compuso una obra con las claves para llegar a un hombre. Esa obra es Leaves of Grass. El hombre que la obra prefigura es un tal Walt Whitman. Son muchos los ejemplos que podemos hallar en consonancia: la influencia romántica abrevó en vidas que tornan en mitos, mitos que devienen obras. No existe para nosotros nada tentativo detrás del nombre de Whitman: lo que podemos llegar a saber sobre su vida quedará por siempre entreverado en los nervios y el ánima de su obra. En esa dirección, entiendo, se forjan algunos poetas: gastándole al mundo la broma de haber sido tan solo lo que dijeron que eran. El sujeto de Leaves of Grass fue Whitman y Whitman, el primer verso de la obra y el último. A Walt Whitman le corresponde, con la creación de un sujeto que se creyó ser, el abjuro de su propia biografía.
Estas digresiones en William C. Williams no se encuentran sino transfiguradas. William C. Williams fue el tranquilo heredero de Whitman y el nexo exacto entre dos instancias: la tradición y la modernidad por un lado (pasando del canto público whitmaniano al canto individual) y la tensión de las generaciones a las que influenció por el otro, el fraseo melódico de la Beat Generation (Ginsberg, Patchen) frente a la poética disonante y arisca de Black Mountain (Creeley, Levertov). Poetas como Lowell, como E. E. Cummings entiendo que ocupan un esfera diferente.
 
William C. Williams no se vió, como Whitman, preso de un sueño de alteridad; Williams sintió, como Guillén en nuestra lengua ( la realidad me inventa/ soy su leyenda ) el devenir de un realidad que lo transformaba, que le obligaba a encontrar un nombre sin proyecciones, sin atajos, a puro hallazgo. Sabemos que un nominativo puede correr suertes diversas de adjetivación. Yo mismo supe que al haber dicho whitmaniano sólo unas líneas arriba daba un ejemplo claro al respecto. Si he de decir qué quiso, qué supo ser William C. Williams diría: William C. Williams. Diría sentirse Williams. Pero también diría: buscarse Williams. Y cómo buscarse: viendo qué hay de Williams en una tierra, en un mundo.
Acaso con William C. Willians se inicie menos una tradición que un imaginario americano. Aquél que busca ciegamente un mundo que no es, pero que da atisbos de haber sido alguna vez, mundo que sólo en lo desapercibido, en lo a veces vislumbrado (una rosa cortada bajo la lluvia, una chica de senos grandes leyendo un periódico, una anciana pobre que muerde una ciruela) da visos de una correspondencia natural entre todos los seres que lo habitan. Y en esa correspondencia, en esas fugaces desobediencias a la normalidad, es Williams, y no algún otro, quien se siente devenir el ser que es en realidad, y la nación a la que pertenece, y el canto universal al que todos y cada uno adhieren tácita, subrepticiamente. Canto de los que viven una vida sin más sobresaltos que el que, de vez en cuando y azarosamente, nos impone el hallazgo.
 
 
Entre la lluvia
Y las luces
Vi un 5
De oro
En un coche
De bomberos rojo
Que avanzaba
Crispado
Por la sombría ciudad sorda e indiferente
A las campanadas
Los alaridos de sirena
Y el rechinar de ruedas.
(“La Gran Cifra”)

 
Canto de quienes no saben de esperanzas navideñas ni de autos relucientes. Canto que desentona con el errático atropello de la apariencia. Canto que atraviese todo un siglo. Canto que acaso sea la voz de las putas desilusionadas de Hemingway, de los parejas discordantes de Carver, de las camereras abandonadas de Sam Shepard, de los silenciados para siempre de Jarmush.
 
 
 
M.A

 

 

 

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