La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

Cuando se juntan, en la lluvia, algunas lágrimas de un dios agosto 4, 2009

Filed under: música — laperiodicarevisiondominical @ 12:19 pm
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Cualquier “Historia” de las que pululan – ya sea “Universal”, “del Arte” o lo que fuere – es un recorte arbitrario, forjado por representantes del poder hegemónico, por lo general pertenecientes ellos a la clase dominante. No encuentro reproches contra esta afirmación; es demasiado cierta para cualquiera, excepción hecha de los fascistas y reaccionarios, por supuesto.
 Mas, aún concedido lo anterior, cualquiera de esas Historias ofrece simetrías y resbalones de lo más interesante; esto tampoco se puede negar. En mi caso particular, he sentido varias veces la provocación de ciertos encuentros ocurridos en la historia del pensamiento o el arte. ¿Qué debe ocurrir, cuantos ríos se deben cruzar, cuantas estrellas conjugarse, para que en una misma habitación, una misma calleja o un mismo escenario coincidan Platón y Aristóteles, Miguel Ángel y Da Vinci, Beethoven y Mozart, Hegel y Hörderlin, Miles Davis y Bird Parker?
La genialidad tal vez sea una mera palabra, tal vez la masturbación mental predilecta de los intelectuales. La “búsqueda” de los genios, su consagración, es una actividad inútil, claramente inútil, que no obstante aparece al menos una vez en la mente de cualquiera. Todos nosotros sentimos alguna vez – pobre del que no, pobre – un destello de otro mundo proveniente de alguna obra artística o de una reflexión. Esa sensación – ¿o sentimiento? – es la que nos convida a litigar sobre la genialidad, la que nos desvela en el pensamiento (espiralado, inconexo) que persigue el quid de ese plus genial.
 
La genialidad es un plus, un “algo-más” que por su misma constitución huidiza siquiera resiste el nombre de “plus”. No hay nombre que se pueda moldear para eso que distingue, por ejemplo, a Beethoven de Brahms o a Godard de Truffautt. No hay nombre para las diferencias entre un ser humano y otro. Ese sobrante no resiste investidura, ninguna denominación puede adosarle entidad. La genialidad, si en algo consiste, es en no dejar nombrarse sin comprenderse; la genialidad trabaja desde y para el abismo, es clandestina, fugitiva de alguna ley que no entendemos. La genialidad es una fuga. Una fuga imposible. Tan imposible como absolutamente real.
 
 
 
Wittgenstein, en sus Aforismos, Cultura y Valor: “Genio es lo que nos hace olvidar el talento del maestro”. En efecto, el genio se aparta de la maestría o la perfección, no porque no las tenga o porque no pueda ejecutarlas en sus obras; el alejamiento es superficial, el genio tiene consigo todas las dotes del maestro, todo su talento y más. Justamente ese “más” es el que oculta el talento, el que lo trasviste en ráfagas de eternidad. El genio aparece así menos odioso que el maestro o el talentoso; menos petulante, menos ridículo en su obsesión. El genio aparece así en forma de pura expresión, pura descarga, pura obra.
Charlie Parker y Miles Davis, una de las parejas citadas más arriba, coexistieron e interactuaron en este mundo. Los dos pertenecen, creo, a la categoría de genio, y compartieron bebidas, rincones, escenarios, anocheceres en el Savoy. La situación de este par es algo particular: su labor se desarrolló en una época y en un lugar en el que también brillaban otros gigantes. Ellington, Bill Evans, Monk, Mingus, Coltrane o Jarrett son charlie-parkercompositores e instrumentistas tan complejos, revolucionarios y lúcidos como Parker o Davis. Pero allí, justo allí, en el vértice en que están parados estos últimos, allí está, allí, enmarañada, la genialidad.
Escribe Friedrich Nietzsche, en La visión dionisíaca del mundo: “El arte dionisíaco (…) descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis. Dos poderes sobre todo son los que al ingenuo hombre natural lo elevan hasta el olvido de sí que es propio de la embriaguez, el instinto primaveral y la bebida narcótica. Sus efectos están simbolizados en la figura de Dioniso. En ambos estados el principium individuationis queda roto, lo subjetivo desaparece totalmente ante la eruptiva violencia de lo general-humano, más aún, de lo universal-natural”. Tengo para mí que tanto Bird Parker como Miles Davis son artistas dionisíacos, signados por la desmesura, el desborde, la eclosión. Artistas que han entendido la música hasta violarla en un simbolismo perteneciente menos al conocimiento que a las entrañas doloridas del ser humano, al inmortal e inenarrable alma de la humanidad.
 
Los nombres propios de los músicos de jazz, especialmente los afiliados con el be-bop o con el cool, suelen aparecer asociados a los excesos y a la ebriedad para quienes bucean apenas en sus biografías o para aquellos que oyen su música con todos los sentidos. Me interesa, al menos para este escrito, la segunda asociación. Nietzsche, otra vez: “Así como la embriaguez es el juego de la naturaleza con el ser humano, así el acto creador del artista dionisíaco es el juego con la embriaguez (…) el servidor de Dioniso tiene que estar embriagado y, a la vez, estar al acecho detrás de sí mismo como observador. No en el cambio de sobriedad y embriaguez, sino en la combinación de ambos se muestra el artista dionisíaco”
 
La asechanza de sí mismo; algo de eso encuentro en la música de estos monstruos. Una persecución ciega y sigilosa que viene desde el fondo de la humanidad y retoza frente al pozo como una energúmena. La real danza del fuego girando en torno a un eje que soporta mil versiones, que se despliega en etéreas variaciones de una mismidad que abruma, una mismidad desconocida y consabida a la vez, una mismidad perseguida por esa otra mismidad que retorna como un fantasma, una y otra vez, con los jirones de la verdad entre las manos. Dicho en otras palabras: la hendidura provocada a las armonías del swing y el enloquecedor lugar otorgado a la improvisación involucran a la música en un impulso circular, infinito, siempre siendo.
 
Pero llevemos nuestra vista un poco más allá: ¿Qué ocurre con el hombre que se ve a sí mismo desde atrás, con el hombre que se acecha sin descanso y de este modo se convierte en presa-cazador? ¿Cuál es el gesto primitivo y anárquico que puede simbolizar esa perspectiva?. Piensa Nietszche, también entre preguntas, al respecto: “¿Cuándo llega el ser humano natural al simbolismo del sonido? ¿Cuándo ocurre que ya no basta el lenguaje de los gestos? ¿Cuándo se convierte el sonido en música? Sobre todo, en los estados supremos de placer y de displacer de la voluntad, en cuanto voluntad llena de júbilo o voluntad angustiada hasta la muerte, en suma, en la embriaguez del sentimiento: en el grito”. El grito. También hay algo – mucho – de eso en las cúspides del bop. Basta oír las Savoy Sessions de Parker o milesdavis8261950Nefertiti (O Aura, o Miles in the sky, o tantos otros) de Miles. Basta oír con todo el cuerpo, con todos nuestros pasados y futuros, para detectar el alarido líquido y divino que denuncia, provoca y constituye a la embriaguez. El alarido que es la embriaguez misma.
 
El grito: acaso la versión más genuina de la existencia de un hombre, verbigracia, de la humanidad. El grito tendiéndose como una red anaranjada entre las cosas, reclamando al hombre – lo que fue el hombre, lo que resta de él; lo que pudo haber sido, lo que siempre será – desde el fondo (el hondo-bajo-fondo) del hombre mismo. El grito, ese que se oye cuando sabemos callar lo suficiente para oírlo, que se oye como un plagio endemoniado del silencio, con la misma molestia que sudamos cuando una basurita se nos posa en los ojos…los mismos ojos con que creemos mirarnos, desteñidos y cada vez más viejos, en el espejo que menos queremos.
 
Parker y Davis coincidieron – más que nunca, me gusta pensar – en unas grabaciones que, más acá en el tiempo, las discográficas decidieron titular Bluebird. Se sabe: hoy día se establecen ránkings de todo lo que existe, de cualquier cosa, conducta o facultad. Se sabe también: la mayoría son francamente estúpidos, cuando no pérfidos. No obstante, una vez alcancé uno de esos ránkings que me resultó, al menos, interesante. Se postulaban allí – en un orden jerárquico que no recuerdo – una ristra de cosas que había-que-hacer-antes-de-morir. Se me ocurrieron, en el acto, otra ristra de cosas no menos numerosa. Algunas coincidían, al fin de cuentas no somos tan distintos. Pero allí faltaba algo que pesaba más que todas las presencias, como suele ocurrir con las ausencias. No había ninguna referencia a la música, ningún disco que oír, ninguna canción, ningún cantante. Una y otra vez vuelvo a ese detalle, y una y otra vez confecciono en silencio una lista de canciones o álbumes dignos de ese rango. Todo esto para decir que siempre se repite Bluebird.
Todo esto, mejor dicho, para decir que no se mueran, no lo hagan, sin oír Bluebird. Es como cuando se juntan, en la lluvia, algunas lágrimas de un dios.

 

 

Mome

 

 

 

2 Responses to “Cuando se juntan, en la lluvia, algunas lágrimas de un dios”

  1. Nahuel Says:

    Me gustó mucho el escrito. Es muy cierto que muchas veces se deja de lado la música o se la coloca en un lugar de simple «relleno», de fondo temático chato; cuando en verdad escucharla es una de las más hermosas experiencias que puede tener el ser humano. Y si son tus nombrados Charlie Parker y el maravilloso Miles Davis, el placer está asegurado.
    Ya me dieron ganas de ponerme a escucahr algún «disquito» de jazz.

    Saludos

    Nahuel

  2. […] torpes, y los poetas de genio.   Recientemente, Emiliano Marilungo apuntó en este mismo soporte ["Cuando se juntan, en la lluvia, algunas lágrimas de un Dios"] algunas consignas sobre los efectos de la genialidad. Poe coincide con Marilungo, “no es […]


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