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Sonia Budassi: las maneras de contarlo septiembre 17, 2009

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foto-soniaEscribir sobre los libros que hoy circulan, ya se dijo en estas páginas, resulta incómodo. No por eso hay que dejar de hacerlo; el reto es mayor, y la recompensa, a veces, contundente. La trampa de siempre, la de hacer que el libro dialogue con su tiempo, perjudica las lecturas que el paso de los años, y la resolución de algunos conflictos, amparan. Sin embargo, hay algunos textos que merecen ser comentados. Pienso en Los domingos son para dormir (Entropía 2008), de la argentina Sonia Budassi (1978), y no puedo esquivar la necesidad de decir algo sobre el difuso entusiasmo que deja la lectura de los diez cuentos que contiene el libro.

 
La presencia de un yo que narra desde el singular que todo lo puede, desmontando el discurso oficial para convertirlo en el esqueleto de sus ficciones. Personajes, sobre todo mujeres, que narran los conflictos de su tiempo y entorno, entre la convención y cierta rebeldía, marcadas por la nostalgia de un pasado, pero también marcadas con esa rara nostalgia que tienen algunos futuros.
 
Hay en estos relatos un continuo juego de opuestos. Está el campo y la ciudad, Sudamérica y los Estados Unidos, la infancia y la adultez, como modelos de un mundo que siempre juega a proteger las convenciones. Y también está el amor, de todo tipo. La ansiedad del espacio infantil, del mundo que alguna vez existió y del que poco queda. El amor hacia el otro, como historia que nunca cierra, que está siempre abierta. La mentira que tiene el fin de proteger, de no dañar; la mentira que espera un tiempo -que nunca llega-, para confesarse.
 
Es más real nuestra infancia en el campo, cuando éramos amigos (…) Ahora desde Nueva York decís esas cosas que no termino de creer y preguntás what about me como si ya no supieras hablar en castellano o como si en verdad recordaras esa manía que tengo de decir de vez en cuando alguna palabra en inglés en el medio de una frase.
 
3865593404_1d0b6e2765El lenguaje que la autora utiliza, se nutre de una oralidad que sabe que para contar hay que volver. La digresión como método, como un espacio donde se pretende confesar todo lo que una imagen, una sensación, evoca. Es así como en, por ejemplo, Acto de fe, primer cuento del libro, la narradora evoca su natal Buenos Aires. Estamos en presencia del pintor que yace en la cama, enfermo, y ella, en medio de la desesperación del qué hacer, nutre el desamparo con una carga nostálgica significadora.

 
Espero no tomarme en serio algo como eso, si me descubren sólo tengo a Camile, a la ucraniana, las pintorescas imágenes de haber nacido en otro país (mendigos en Florida, fucsia coreano en Once, veredas sucias de ropa interior, grupitos de pibes stone, familias que lloran en Retiro o en Ezeiza, golosinas en los asientos del colectivo 60, para disfrutar en el viaje o llevar de regalo a los chicos, delicioso y fino chocolate Terrabusi; monólogos y estampitas en los que nunca debí creer), y el llegar a convencerme de que va a ponerse bien, más agua helada, más azúcar, no te mueras, no te mueras acá.
 
Una constante del libro es, justamente, la de evocar otro espacio, como dije, pero con un lenguaje que realiza saltos temporales a un lugar y estado determinado: el campo, la infancia, la pareja que está en otro lugar, la familia que quedó lejos. Otro ejemplo de lo antes mencionado, es la siguiente escena de Tu vida sin mí:
 
Ahora el barro me da asco y a veces nostalgia cuando llamás y sólo hay ventanas sobre tapabudassi_1mi ventana, luces pequeñas que no significan nada, que no tienen un nombre como entonces tenían las constelaciones. (…) Quizá volver al campo alguna vez, es tarde y me esperan, ventilador en el techo y el vago sonido de alguien que permanece en el pasillo, fricción de pasos sobre la alfombra: así son los hoteles en verano en Buenos Aires. Quizá después no cuente nada, una noche intrascendente, no llores, vos no sabés del miedo y no entendés. Anyway no me exijas. Duermo con mi gato.

 
No resulta sencillo, sobre todo porque se trata de un libro de cuentos donde cada relato cierra en sí mismo, configurar un sujeto homogéneo que transite entre los textos. Pero sí hay guiños, sí hay similitudes, sí hay una sensación de que los personajes han perdido algo e intentan reestablecer un estado de las cosas.
 
También está lo previo: el momento en que la catástrofe ocurre y no hay una manera de reaccionar. Digo esto y pienso en el que, a mi juicio, es uno de los mejores relatos del libro, Seis menos dos, y en ese final que es todo pregunta. O en el final de Fuera de Temporada, donde Gloria se vuelve a la ciudad dejando a las amigas, y ahí algo se quiebra. Como si en esos dos relatos, lo que verdaderamente pasa es lo que no se cuenta, lo que se calla, lo que tal vez nunca sabremos. Como si la literatura ahí empezara.
 
Yo no digo nada y se me cae el papelito y me levanto de las rodillas de Clara para agarrarlo del piso y busco otro caramelo en la bolsa, ahora elijo el del buitre y pienso que ya es hora de poner la mesa. El buitre es un ave de gran tamaño, y tiene la vista muy desarrollada. Abro el cajón de los cubiertos, pienso qué ricos los fideos con salsa blanca y cuento seis y resto dos son cuatro, cuatro pares de cubiertos que faltan en la mesa, y los vasos, son seis vasos, menos dos también, uno, dos, tres, cuatro.
 
3871775954_702cc0dea2El libro de Sonia Budassi tiene esa rara cualidad de los relatos que, al leerlos, sientes que contienen una parte del secreto. Una intimidad que absorbes como natural no porque hablen, necesariamente, de ti, sino porque su tramado, sus pliegues, complotan para que reconozcas una parte del mundo, aunque no sepas qué es lo que eso significa. No creo en la honestidad, pero sí en los relatos que se escriben con urgencia. Y en Los domingos son para dormir está presente esa escritura que aparece de una real necesidad por escribirse.

 
y quizá pienso en decirte que es preferible la verdad del dolor a la venganza y la verguenza que trae el tiempo, a veces, cuando concebimos una mentira: la ingenuidad de las buenas intenciones es al fin una ilusión.
 
Ubicar generacionalmente este libro no me compete. Tampoco tengo intención de compararlo con otras escrituras de la contemporaneidad. La jerarquía literaria es otra cosa. Los discursos que aquí circulan apelan al estereotipo y son desmontados o exacerbados hasta convertirse en literatura. Y eso, creo, es todo lo que hoy, en tiempos donde la impostura es casi una política, podemos pedir.
 
 
R.S

  

 

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