La periódica revisión dominical

BUNKER LITERARIO

John Banville: escenografía de verano febrero 17, 2010

Filed under: literatura inglesa — laperiodicarevisiondominical @ 11:38 am
Tags: , , ,


“Me fallan las palabras”, confiesa el protagonista de La Carta de Newton –novela del escritor irlandés John Banville-, y la sentencia, breve pero inapelable, es sólo la marca de un comienzo. Basta una renuncia, basta una pequeña desconfianza, para que el proyecto derive en otro. Inmerso en un viaje que tiene como fin aislarse para terminar la obra que lleva trabajando durante siete años, el protagonista abandona la que antes consideraba su única misión. Desciende a un pueblo y le arrienda una pequeña casa a una familia en el campo. Observa y desea a las mujeres que viven al lado. Deposita su manuscrito sobre el escritorio, sin ánimo de revisarlo, por el momento.


Miré desde el tren hacia la tímida parte de atrás de las cosas, tubos de desagüe y ventanas rotas, huertos dispersos con sus líneas corales de ropa tendida, un hombre inclinado sobre un pala.


Ya está dicho: sospechar de las grandes verdades, sospechar del lenguaje. John Banville instala su texto en esa misma tradición. El conflicto, eso sí, trasciende el rigor académico, para explorar así los supuestos pilares sobre los que se apoya la biografía del sujeto. Lo que antes era verdad, lo que antes era un proyecto irrenunciable, comienza a ser un decorado a veces falaz, insatisfactorio y, por sobre todo, insuficiente.


Es sólo que hay otro tipo de verdad que ha llegado a parecerme más urgente, aunque no sea nada para la inteligencia comparado con las elevadas verdades de la ciencia.


No quiero encontrar una simbología forzada, pero los puntos de contraste son evidentes: campo-ciudad, sabiduría popular-saber académico, aventuras amorosas-compromisos formales. Son esos los cruces donde el personaje principal va mostrando sus carencias y debilidades. La intención no es la de colocar uno de esos elementos por sobre otro. Por el contrario, lo que subyace en el texto de Banville es que al enfrentarse esas visiones, el sujeto padece un cambio.


Es mirar el otro lado, el revés, esos tubos y ventanas rotas que describe, esos sujetos quietos al borde de todo.


¿Has comprendido? Hay tantas cosas inexpresables, todas las importantes. Pasé un verano en el campo, me acosté con una mujer y creí que estaba enamorado de otra; ensoñé un drama horrible y no fui capaz de ver la vulgar tragedia que sucedía en la vida real. Preguntarás: ¿qué relación hay entre todo eso y el abandono de un libro? No lo sé, o al menos no soy capaz de explicarlo con estas palabras. Fui como un hombre que vive bajo tierra y al salir al aire le deslumbra la luz y no puede encontrar otra vez el camino de vuelta a su agujero. Vago de un lado a otro por el terreno familiar, murmurando. Estoy perdido.


La imposibilidad de concluir el libro, se enfrenta a la imposibilidad de concretar el amor. Es acá donde el rol de la escritura, como proceso, comienza a ser fundamental. La escritura se nos dibuja como refugio; refugio del “afuera”, refugio del “riesgo. Imágenes que no hacen otra cosa que indagar en el misterio. Cuando el protagonista cree haber abandonado la vida intelectual, dedicándose a una contemplación de sus sentimientos y pasiones, se ve enfrentado a una realidad adversa. Y ahí es cuando decide el retorno, aun sabiendo que lo que hace es ocultarse de un miedo.


El futuro había dejado de existir. Me dejaba llevar flotando indolente como el nadador en el Mar Muerto, acariciado todo por una sopa azul caliente de intemporalidad. Hasta volví al libro, en parte. Necesitaba algo en lo que concentrarme, un anclaje en aquel mundo a la deriva. ¿Y qué mejor soporte para el papel de amante sin esperanza que un libro grande y gordo? Sentado a mi mesa, delante de la ventana y de las lilas iluminadas por el sol, pensaba en Canon Koppernigk en Frauenburg, en Nietzsche en el Engadine, en el propio Newton, en todos aquellos héroes encumbrados y fríos que renunciaron al mundo y a la felicidad humana en pos del juego grande del intelecto. Un hermoso cuadro…pero muy poco auténtico.


Ese regreso a la escritura es también el regreso al lenguaje. La Carta de Newton dialoga directamente –y así lo deja claro en una nota final el propio autor- con uno de los textos que inaugura en el siglo XX lo que se llamaría crisis del lenguaje. Me refiero a La Carta de Lord Chandos, del austriaco Von Hofmannsthal. Ese texto busca justificar al poeta ante su retiro literario. La imposibilidad de las palabras de dar cuenta justa de lo que sucede, es motivo suficiente para callar. Sin embargo, y a diferencia de lo que sucede en el texto del austriaco, el protagonista de la novela de Banville no tiene más opción que escribir. Escribir consciente de la imperfección que implica toda escritura.


Cuando busco palabras para describirla no puedo encontrarlas. Esas palabras no existen. Tendrían que ser sólo formas de intención, balanceándose al borde del decir, otra versión del silencio. Cada mención que hago de ella es un fracaso.


Y la duda hacia la capacidad referencial de la escritura, alcanza también para sospechar del conocimiento científico. No es que el protagonista desconfíe de las verdades alcanzadas, lo que quiere es ver si los fines del hombre están determinados por la conquista de ese saber por sobre otros fines. La relación que mantiene con la familia que le arrienda –sus vecinos- lo convierten en un indagador de la intimidad ajena. Rompe el protocolo de la distancia, y quiere conocer el misterio que envuelve a los habitantes de esa casa. Como vemos, hay un cambio de orientación: no es la vida de Newton, es la vida del que está al lado, pegado a él, compartiendo su espacio.


No era lo exótico lo que yo buscaba, sino lo ordinario, ese enigma que es el más extraño y esquivo de todos.


En definitiva, se trata de buscar el doblez y encontrarse con, tal vez, las mismas imágenes. Y no es un fracaso, es un intento, donde la escritura y el lenguaje son las herramientas de inspección y alteridad. Las cosas rotas, las relaciones quebradas, y el texto desde un “yo” que narra el intento de transformación. Fragmentos de una temporada donde se intentó renunciar.



R.S