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Variaciones Onetti 3: Garabatos de la calamidad diciembre 14, 2008

Filed under: literatura latinoamericana,Variaciones Onetti — laperiodicarevisiondominical @ 9:14 pm
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Los libros no están destinados a ser reconocidos por lo que valen sino por lo que producen. En todo caso lo que valen no puede ser otra cosa que aquello que provocan con su lectura. No abrigo esperanzas en cuanto a una generalización u objetividad posible: tanto un parámetro como el otro son individuales e irrepetibles. Salvo que el segundo se halla más cerca de una presunta esencia de la literatura: el compromiso de ciertas fibras internas en el lector, comprometido a su vez en la lectura y constitución del texto, reestrenados en el texto, embutidos en él. Aquella vieja maravilla de la comunicación emocional humana.

 

 

 Se sabe, no son muchos – teniendo en cuenta el indefinible total – los libros capaces de provocar algo en el lector. Se sabe también que el tiempo, la época, actúa muchas veces como insobornable interventor en lo que un libro puede producir. Con este tipo de matices son, en resumidas cuentas, muy pocos aquellos libros que conmocionan algún rincón de los lectores a través de la historia. En su mayoría estos libros comparten la categoría de clásicos, un buen puñado va flotando alrededor, excluidos por razones tan obvias como ridículas del parnaso. Dostoiesky, Homero, Kerouac -lo mismo da-, escribieron para un público atemporal; son escritores  esenciales (Heidegger practicó este distingo en el terreno poético bastante antes y mejor que yo); sus respectivas épocas sirven en todo caso como caldo de cultivo para el chusmerío o como marco indumentario para la imaginación indigente del lector.

 

 

Siempre admiré en estos libros – más allá de la genialidad o la excelencia – cierto recorrido imaginario, aunque material también, de su ser en el tiempo. Me animo a decir incluso que mis registros más claros del paso – y del peso – del tiempo son deudores de estos libros. Tal vez el tiempo no sea otra cosa que los datos que esos libros dibujan y diseminan en nuestras mentes, el recorrido irresistible que apuran y ralentan en sus páginas.

 

 

Llegó hasta mí un texto que aguardaba hacía ya mucho tiempo. Algunas dificultades del mercado al respecto y mis horarios a veces tan colmados fraguaron la espera, pero por fin lo alcancé. “La vida breve” de Onetti, autor no ignorado pero sí desmerecido en esta parte del mundo. Ahogado por la crítica en sus coincidencias con Faulkner – notorias pero no definitivas para su obra; a propósito, críticos del mundo, basta ya con eso, todos nos parecemos a todos.

 

 

Acusado de malditismo forzado, siempre considerado un gran autor y tan poco leído, Onetti despereza las vibras más íntimas de un ser humano con apenas un par de párrafos. Es decir, logra en 200 palabras lo que a otros – mucho más glorificados, curiosamente – les llevó una “Obra completa” íntegra, diarios íntimos y todo tipo de chucherías literarias incluidas.

 

 

Autor central de Latinoamérica, Onetti es un escritor del siglo XX pero perseguido por males dignos del XI o el X. Se inscribe en la tradición modernista en cuanto a lo formal, acusa el paso del existencialismo – especie de ráfaga interna del siglo XX, en la que nadie parece creer y que sin embargo dejó a todos atónitos, como despeinados -, sabe de monólogos internos y de la fractura del tiempo lineal, pero ninguna de éstas particularidades alcanzan para contener a Onetti, prosista al que llamaría informe (si tuviese sentido aportar un vocablo más al acerbo crítico). Onetti se rebalsa, suda, se chorrea por todos lados en cualquier intento de definición1.

 

 

La vida breve no es un libro sino más bien un sutil y cifrado manojo de herramientas para entender – aunque recelo de este término y no creo, desde ya, que sea el indicado – el repertorio del hombre moderno en el hombre fundamental, en el hombre de todos los tiempos, en el hombre.

 

 

Un par de objeciones refutándose a sí mismas: lo de hombre moderno es una tentativa y no un lazo de pertenencia: los ambientes rioplatenses de Onetti hacen referencia al hombre moderno en cuanto a sus huellas de las dos grandes revoluciones burguesas, la industrial y la francesa, no van más allá.

En efecto, son hombres sumergidos en la impronta moderna del trabajo y también son hombres liberales, eventualmente ateos, siempre preocupados bien poco por otra cosa que no sea el ser humano y sus tiranías y sus debilidades. Pero no son el hombre moderno que podemos adivinar en las novelas posmodernas o en las canalladas de Breat Ellis. Una torbellino de provincianismo los anuda a la pata de la cama, un vaso de ginebra en un bar de Constitución los retrotrae a la humanidad, los exime de juegos de la hipercomunicación.

 

 

No hay héroes ni anti-héroes en Onetti; sus ficciones atraviesan el mundo de la mano de hombres tan excepcionales como grises, abrumados y, a la vez, impertérritos, de frente a una realidad en la que parecen no participar y que sin embargo forjan. La ambigüedad como matriz, como fondo.

 

 

…el garabato de la calamidad, los huesos deshaciéndose en departamentos de una sola pieza, invadidos por el (d)olor de los años y por la indolencia insípida del presente. Un presente elaborado sobre traiciones que no duelen pero tampoco dejan descansar: la muerte como un ajuste de cuentas con la ansiedad, como un prozac algo extremado. Díaz Grey persiguiendo a la violinista diminuta a través del cielo de una Santa María que podría ser Ámsterdam o Trani y que no obstante es Santa María por donde se la mire, con su colonia Suiza y sus hombres de pasos industrializados. La obra dentro de la obra, como Shakespeare pero harto de fumar y de tomar bebidas blancas. Díaz Grey desbandándose de Brausen; Brausen desbandándose del mundo en un gesto que sabe tanto a humillación como a reconquista. Nervios que escriben la novela y que sulfatan el alma de los hombres con ese azúcar tan venenoso, producto básico de la inactividad.

 

 La obra dentro de la obra, sólo que Onetti se las arregla más que bien para disimular cuál es la obra. El garabato de la calamidad, una escritura guiada por la inminencia de un desastre que no acierta en la resignación de ser desastre y de pagar las facturas del caso – vitales y literarias – por serlo. La catástrofe como cualquier otra minucia, como un paseo en familia o un film en un cine del centro un domingo por la tarde. Onetti ha logrado – no en la misma medida, vale decirlo – lo que Kafka: transmitir la idea de un mundo monstruoso sin denunciar en las palabras el tumulto de estar endosándolo a seres amarillos o a tragadores de piel humana. Leer a Onetti no incomoda del mismo modo que leer a otros autores “malditos”; en todo caso esa incomodidad es póstuma, paulatina, real. Onetti nos está contando el mundo, sin recurrir demasiado a las metáforas ni a las parábolas. La parábola está, posiblemente, en la lectura misma de la obra.

 

 

… la lectura misma de la obra, que no es otra cosa que la lectura de las obras-vidas de los personajes. Onetti trabaja las vidas de esos pobres seres como obras de arte – leer a Foucault -, se puede discutir luego el canon de belleza de dicha obra  de arte, pero eso siempre se está discutiendo, no impugna nada.

Entonces: la obra dentro de la obra dentro de la obra, un estanque salado de peces que no cesan, el pecho arrancado, podrido, de Gertrudis recortándose como símbolo de la novela. El pecho arrancado de Gertrudis: como tantas otras veces, una extirpación  de propiedades constitutivas que a la vez de sumirnos en la melancolía de ya no ser entero nos arrastran en el recuerdo afiebrado – ese simulador de vuelos – de lo que éramos, de quienes éramos (no sé si colocar acento a quienes)  cuando no nos faltaba nada.

 

Mome

 

 

 

1 Hablo de prosista informe probablemente cuando se trata de aquellos afortunados escritores incontenibles, advenedizos, incontrolables. No pretendo enjuiciar la categoría “forma” tal como es entendida en la crítica literaria, me refiero a una impresión, un golpe más que un efecto, por el cual el escritor nos deja plantados en cualquier esquina con el ramo de flores negras en la mano.  

 

3 Responses to “Variaciones Onetti 3: Garabatos de la calamidad”

  1. Así veo!
    Y veo también que hay hrto material interesante… Por lo que leeré!
    Besotes!

  2. Y pese a todo, continúa por detrás de otros en preferencias de los lectores. Quieren ocurrencia o, cuando no, historia estructurada. Pero Onetti se encuentra al margen de esto. Un sólo párrafo te revela toda la enjundia que contiene. Siempre que hablo del uruguayo acuden a mi mente las palabras lucidez y fatalidad. Para acabar: mejor que leerlo, es releerlo.

  3. […] No se ha destacado lo suficiente que Onetti es uno de los escritores contemporáneos en los que la muerte como destino ineluctable está presente de manera constante. Él declaró en varias ocasiones la importancia de la conciencia de morir en su vida y en su obra. Se trata, en definitiva, de un modelo clásico de articulación de la realidad. Veamos, la casa es pura ruina y el jardín una selva invadida por los yuyos. La fuente, en el centro, dejó hace mucho de correr, el verdín, las algas, las aguas estancadas. Los árboles dejan ver las costras de lepra de sus troncos. La glorieta es pura ruina; se trata de un bodegón sobre la fugacidad de las cosas; justo ahí, se desarrollará el cortejo del Larsen fracasado y de la hija loca de Petrus. Es un decorado perfecto para la ruina de los personajes, un absoluto de muerte presentida. […]


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